El olfato es el sentido con más memoria que posee el ser
humano; él es el que más recuerdos nos hace evocar. Ahora estamos en Cuaresma y
con un pie puesto en la Semana Santa. ¿A qué huelen estos días para ti?
Tranquilo, ni esta es una pregunta retórica ni tengo pensado hacer un anuncio
de higiene femenina. Solo te pregunto, ¿qué olor te da una patada en la memoria
y te manda derechito a estos días cuando lo percibes en cualquier época del
año? Probablemente me responderás que el olor a incienso, lo sé, pero para
mí estos días huelen a miel, ajonjolí y
canela, huelen a dulces fritos recién hechos.
La riquísima repostería andaluza, la tradicional, la que
hunde sus raíces en el tiempo y cuyos dulces son tan típicos de estas fechas de
celebración cristiana como lo pueden ser el incienso, los cirios o el traje de
penitente, paradójicamente, tiene una gran influencia árabe.
Nuestra actual cocina le debe mucho al legado andalusí,
sobre todo la repostería que ha heredado los dulces fritos, a veces incluso
especiados (como los pestiños) y bañados en mieles.
Uno de los dulces más típicos de estas fechas y mi
preferido, son las torrijas. Con todas las que debes llevar ya metidas entre
pecho y espalda, ¿conoces su historia?
Rastrear el origen de
las torrijas es un poco complicado. Hay quienes dicen que su nacimiento se
remonta a la zalabiya andalusí que
era un bollo que una vez asentado se freía en abundante aceite y se pasaba por
miel.
Sea esto cierto o no, lo que sí es verdad es que como en Cuaresma
la Iglesia prohibía comer carne, había que buscar sustitutos para alimentarse,
pero a las clases populares les resultaba muy difícil agudizar el ingenio para
llenar el buche con la despensa vacía, por lo que las torrijas se convirtieron
en una buena opción para aprovechar el pan sobrante cuando no se consumía
carne.
¿Sabías que en el siglo XV se les prescribían a las
parturientas comer torrijas para recuperaran fuerzas tras el alumbramiento? Y
no me extraña pues el pan aporta hidratos de carbono y el huevo y la leche
aportan proteínas, lo que convierte a las torrijas en un alimento que sacia y da energía.
Supongo que la versión de mojar las torrijas en vino en vez
de en leche, debió de nacer en las tabernas, ya que era muy típico encontrarlas
en las tabernas de Madrid en el siglo XX.
Hoy por hoy la elaboración de las torrijas ha evolucionado
mucho de esas tradicionales bañadas en miel o pasadas por azúcar y canela y se
les echa casi de todo (chocolate, dulce de leche, mermelada…), aunque yo soy
una gran defensora de las de toda la vida, las que hemos visto hacer a nuestras
madres y abuelas y las que en más de una ocasión hemos catado aún calientes,
sin haber esperado a que se enfriaran, porque habíamos acudidos ansiosos a la
cocina llamados por el olor dulzón que embargaba la casa.
Te confieso algo: mi madre hace las mejores torrijas del
mundo. Te prometo que no lo digo por amor de hija (doy fe, esta vástago mía es
una descastada, matizaría mi madre si le
dejara meter las narices en esta receta y los dedos en mi teclado). Te aseguro
que sus torrijas es un manjar de dioses y no estoy blasfemando ni miaja; las
baña hasta con dos almíbares distintos, pero la muy traidora se niega a darme
la receta y está decidida a llevarse el secreto a la tumba.
Yo, como no puedo competir contra las torrijas de miel y
leche de mi madre, lo asumo, le hago la
guerra con unas torrijas rellenas de crema pastelera que están deliciosas y que
te dan la energía suficiente para aguantar una tarde entera de procesiones,
¡por lo menos! Hoy te traigo esta
receta para que tú también puedas
batallar contra el gran repostero o la gran repostera que todos tenemos en
nuestra familia o sencillamente para que te des el gustazo con unas torrijas algo
diferentes pero que no dejan de recordarnos a las torrijas de toda la vida.
Recetas de cremas pasteleras hay muchas. Yo te voy a dar una
muy sencilla que incluso te puede salvar de un apuro otro día, por ejemplo, si
la utilizas para rellenar unos bizcochos y montar así una tarta cubierta con
una ganache de chocolate (te expliqué como hacerla en la receta “La tarta de la
abuela moderna”). Además, a mí siempre me gusta darte muchas alternativas, así
que te diré que podrías rellenar las torrijas en vez de con crema pastelera con
flan, el de toda la vida, el que se utiliza para las galletas fritas. Y tras
este empujoncito a tu creatividad, vayamos a por los ingredientes y la
elaboración de nuestra receta.
Empezamos con la crema pastelera. Los ingredientes que necesitas son 500 ml. de leche, 3 huevos, 70 gr.
de azúcar, 20 gr. de azúcar vainillado y 50 gr. de maicena.
Ponemos todos los ingredientes en un cazo y removemos
insistentemente hasta que empiece a hervir. Luego apartamos y reservamos nuestra crema pastelera en un recipiente
protegido por papel film para evitar que se nos forme una costra.
A continuación, preparamos las torrijas. Los ingredientes
que necesitas son un par de paquetes de pan (hay muchos tipos de pan para
torrijas, yo te recomiendo que elijas uno en el que las torrijas no sean muy
grandes pues de lo contrario, como van rellenas, se te haría un dulce muy
pesado) 1 l. de leche que debemos aromatizar previamente (llevándola a
ebullición con 100 grs. de azúcar, un
palo de canela y la piel de un limón), 3 huevos, aceite de girasol, azúcar y
canela molida.
Elaboración. Tenemos
que rellenar las torrijas con la crema pastelera (untamos una generosa capa de
crema pastelera en una torrija y ponemos otra torrija encima como si fuera un
sándwich) y una vez rellenas pasarlas por la leche aromatizada primero y por
los huevos batidos después y freírlas en una sartén grande en abundante aceite
dándoles la vuelta para que queden doradas por ambos lados. Cuando estén fritas
las sacamos y las dejamos sobre papel de cocina para que éste absorba el aceite
sobrante. Para finalizar las pasamos por una mezcla de azúcar y canela molida. ¡Y
listas para degustar!
*Publicada en la sección de Gastronomía de LA VOZ DE HOY
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentar es gratis. Y mi respuesta también.
Deja huella de tu paso por aquí y me harás la mar de feliz.