CAPÍTULO 3: ORGULLO Y PERJUICIO.
Hace
unos días fue el cumpleaños de Urss.
Irina y yo siempre le estamos
comiendo la cabeza a Urss sobre lo importante que es para una mujer cuidar la
piel de su cara para prevenir los estragos de la edad porque la piel humana, en
especial la de la cara, es un órgano de lo más vago que está deseando dejarse
caer al menor descuido. Urss no nos suele prestar mucha atención porque ella es
una mujer pragmática que se ha hecho fan del aceite de aloe vera y cree que ha
encontrado en él su mejor producto multiusos; un producto que lo mismo sirve
para las quemaduras solares, las picaduras de insecto o la piel deshidratada.
Sin embargo, el día de su cumpleaños algo dentro de ella debió alterarse porque
se presentó en Lidl y se compró la famosísima crema antiarrugas de 3 euros. Yo
creo que piensa que de la combinación de esos dos “productos milagrosos” surge la
fuente de la eterna juventud hecha crema aceitosa.
De modo
que, el día de su cumpleaños, Urss acudió al bar en el que habíamos quedado Irina,
ella y yo para almorzar juntas asegurando que acababa de quitarse una arruga
del entrecejo que jamás le habíamos visto ni Irina ni yo. No obstante, hay una
norma conocidísima del protocolo que rige las amistades no heroicas entre
zorras en la que se establece que nunca, bajo ningún concepto, ha de
contradecirse a una cumpleañera, así que no
lo hicimos.
Irina y
yo le dimos nuestros regalos y Urss actuó también conforme al protocolo. Da
gusto con la gente educada. Por lo cual, Urss abrió cada regalo fijándose en la
marca de la bolsa para poder intuir su procedencia, palpándolo previamente como
para adivinar el contenido, y, para finalizar, poniendo una cara de enorme
sorpresa al abrirlos como si ni por asomo se los hubiera esperado y,
casualmente, hubiéramos acertado de pleno en sus deseos más profundos y
secretos. Vaya, como si los dos meses anteriores de sutiles indirectas nunca
hubieran sucedido. Bendita amnesia la de la edad recién cumplida.
Una vez
agasajada Urss, las tres dimos cuenta de un buen almuerzo que esto de hacerse
mayor cansa mucho, aunque veas los toros desde la barrera.
Después
de tan suculento almuerzo, podríamos haber ido a pasear un rato pero el cielo
se encapotó y temimos que empezara a llover, nos pescara en la calle y se nos
encrespara el pelo. Así que, decidimos rematar la faena en una cafetería.
Elegir
la cafetería en la que nos resguardaríamos no fue tarea fácil. Yo quería ir a
una que han abierto no hace mucho en la
que tienen una selección de tartas con los glaseados más brillantes que he
visto en mi vida. Se me hacía la boca agua solo de pensar lo apetecible que iba
a quedar un trozo de esos inmortalizado en mi Instagram. Irina quería ir a un
“garito” —Irinia pronuncia la palabra garito con tal garra que pareciera que
acaba de salir de una máquina del tiempo y recién llegara de los ochenta— del
que le habían hablado que, supuestamente, se pone muy bien. Pero hay que
aclarar que para Irina el que un
“garito” se ponga bien significa que se peta hasta las trancas y que cuando te
acercas a la barra no quieres una copa sino una bombona de oxígeno. No
obstante, nuestras sugerencias no se tuvieron en cuenta porque la cumpleañera quería
ir a otro bar y —esto también está recogido en el protocolo de actuación de
amistades no heroicas entre zorras— la cumpleañera manda en las decisiones que
se hayan de tomar en las 24 horas que dure su festejado día. Entonces, Urss
eligió un bar que, a todas luces, era mejor que ninguna de nuestras propuestas
esgrimiendo un argumento de peso que, por supuesto, no pudimos rebatir: «El bar
que yo digo es mejor porque los camareros llevan corbata».
Era la
primera vez que las tres estábamos en aquel bar/cafetería/aceptamos pulpo como
animal de compañía. Era un local peculiar pero acogedor y en el que, como bien
nos había adelantado Urss, los camareros llevaban corbata.
Mis
recuerdos hoy, por los acontecimientos que allí sucedieron, se encuentran algo
difusos. Aunque recuerdo, entre brumas de lactosa, que me fijé en la decoración y llegué a pensar que era uno
de esos bares en los que te ofrecen el menú del día aunque vayas a las cinco de
la tarde. Nada que ver.
El camarero nos trajo una de esas
cartas que yo bautizo como “cartas Chuck Norris”.
Son cartas indestructibles que un día fueron plastificadas y
hoy por hoy no hay quién acabe con ellas. Tienen la capacidad asombrosa de
resistir a cualquier infortunio así se les caiga el contenido de un vaso o el
aliño de una ensalada. Además, aunque las dobles vuelven a su forma natural
enseguida y, a poco que te descuides, te sacan un ojo con uno de sus
plastificados picos. Lo más inquietante
de las “cartas Chuck Norris” es que es imposible adivinar su edad. Si una se
fija en la tipografía o en las fotografías puede intuir que esas cartas se
imprimieron mucho antes de que una naciera, pero es imposible que llegue a
dilucidar si fue antes de que nacieran sus padres o sus abuelos. Es que las
condenadas cartas Chuck Norris se conservan bien. Es verdad que las imágenes
más que fotografías parecen bodegones, pero la tinta está como si acabara de
salir de la imprenta. Ahora bien, cuando realmente una siente la mano helada
del doctor Doc en su hombro es cuando se fija y descubre que los precios están
en euros y pesetas. ¡Menudo deja vù más acojonante!
El
problema estuvo en que el susto inicial se nos pasó a las tres a la vez cuando
nos dimos cuenta de que en la carta había una amplia selección de batidos
helados. ¡Nos pierden! Y encima no eran batidos helados de esos pretenciosos
que no son más que un batido servido en copa y coronado por un poco de nata
montada. ¡Qué va! Eran batidos helados de verdad, de los que se hacen batiendo
helado. Sin embargo, luego vino la
trampa porque, ahora lo sé, una nunca debe fiarse de una “carta Chuck Norris”:
los batidos helados tenían precio de risa.
Al principio pensamos que serían precios
de la carta eran antiguos pero Urss le preguntó a uno de los camareros quién le
confirmó que eran precios actuales y, claro, Urss nos contagió la idea de que
hay que confiar ciegamente en la gente que lleva corbata.
Entonces cometimos un error que
habríamos de pagar caro. Descubrimos que la carta, que además de inmortal era
más larga que un día sin pan, ofrecía la posibilidad de pedir varios tamaños de
batidos helados. Y había batidos helados XXL, cuyo tamaño era el de un litro,
por poco más de tres euros. Ahora que caigo en la cuenta, un mundo en el que un
litro de helado servido en una cafetería costara poco más de tres euros, sería
un mundo muy peligroso. Porque es difícil resistir a una tentación como esa. Lo
de la manzanita de Eva es percata minuta comparado con esto. ¿Y por qué Adán no
se resistió a darle un mordisco a la manzana de Eva? ¿Porque estaba loco por
las manzanas? ¿Acaso hay alguien a quién le vuelvan loco las manzanas? ¡Qué va!
La manzana es la típica fruta insulsa a la que recurrimos cuando hacemos dieta.
No sabe más que a corcho con una película crujiente verde o roja. Pues no. No es que la manzana que Eva le
ofreció a Adán estuviera muy rica, es
que era una manzana prohibida y no hay nada que apetezca más hacer que lo que
no puedes.
Quizá, Irina, Urss y yo podríamos
haber tenido un momento de lucidez y haber llegado a la conclusión de que
pedirse un batido helado de un litro tras un copioso almuerzo no era una buena idea.
Pero, en ese momento, uno de los camareros con corbata vino a tomarnos nota y
cuando le pedimos tres batidos helados XXL levantó su ceja como queriendo hacer
un gesto de incredulidad, dejó de anotar en su pringosa libreta y nos preguntó:
«¿Estáis seguras? ¿Vais a poder?» Yo hubiera respondido de no haber sido porque
me quedé sorda con el chirrido de dientes de Irina y me cuesta hablar cuando sé
que no puedo oír mi propia voz. Por si fuera poco, también podía leer
mentalmente la contestación de ambas y era agotador tener sus voces metidas en
mi cabeza.
Urss zanjaba el tema
respondiéndole al camarero que ella, que había sido capaz de montar sola un
armario de IKEA, por supuesto podría terminarse un batido de un litro, ¡y de
dos si se lo proponía! Mientras que Irina increpaba al camarero con una amplia
y nerviosa retahíla: «¿Qué pasa, que porque sea mujer no soy capaz de beberme
un batido de un litro? ¿Tú que te crees? Yo no soy una nenaza, ¿sabes? ¡Que
estoy muy loca, eh! Que yo cuando me tuerzo el tobillo aprovecho para ir de
compras…» En realidad, el monólogo indignado de Irina fue mucho más largo solo
que le quité la voz en mi cabeza porque empezó a obstruirme los chacras.
Lo curioso es que yo tuve que
tragarme sus respuestas y, sin embargo, al camarero con corbata solo le
dijeron: “Sí, podremos”.
Irina y Urss amenizaron la espera
de sus batidos discutiendo sobre la visión tan
absurda que tienen los hombres de las mujeres pues se piensan que nos
alimentamos a base de infusiones digestivas y diuréticas. Mientras que ellos,
machotes, si quisieran podrían subsistir comiendo solo hamburguesas, pizzas y litros de cerveza
porque luego lo queman todo en una carrerita o dándole cuatro patadas a un
balón.
Aunque ambas estuvieron un buen
rato poniendo de vuelta y media al género opuesto que tanto nos atrae, yo no
pude más que darles la razón en todo.
De hecho, yo misma nunca he
entendido por qué por ser mujer, es decir, por tener un par de almendras
sangrantes ancladas a un útero, se piensan y, lo que es peor, se esperan de mí cosas
tan estúpidas e injustas.
Se espera de mi que mi estómago
sea menor que el de un hombre o que yo me haya encargado de cerrarlo. Se espera
de mí que en los bares pida poco para demostrarlo. Se espera de mí que siempre
deje un poco de comida en el plato, en plan digna, como para decir: «¿Ves? Si
es que me lleno con poco…». Así me hayan puesto dos lechugas tristemente
aliñadas, yo tengo que dejar una.
También se espera de mí que use
tacones cuando me arregle y finja que son comodísimos, ¡como alpargatas! Y
encima me autoengaño, me compro cuñas enormes y me repito a sí misma y cuanta
mujer quiera oírme: «No me molestan nada». Además de gilipollas integral soy una
mentirosa. Pagaría por poder andar descalza pero finjo que no tengo las plantas
de los pies acolchadas de tanto que me duelen, los dedos espachurrados y
rozaduras suficientes como para pagarle la carrera al hijo del farmacéutico si
comprara tiritas para ponerme en cada una de ellas.
De entre las muchas cosas
estúpidas que se esperan de mí, lo que más me fastidia es lo de fingir que no
tengo la menstruación delante de mis amigos. Con las parejas, por razones
evidentes, ese mandato no existe pero con tus amigos sí. Pongamos el caso de
que he quedado para tomar algo con un amigo y da la casualidad que esa cita
coincide con mi primer o segundo día de menstruación. En esos días, las tres
preguntas existenciales de una mujer son: ¿Por qué nadie me hace una transfusión
de sangre cuando evidentemente la necesito? ¿Cuánto es el chute máximo de
analgésico permitido al día? Y, ¿dónde está mi dosis de chocolate? Ah, pero no…
Si he quedado con un amigo a tomar algo o a lo que sea, aparezco con tu típica
cara de estarlo pasando mal y me pregunta si me ocurre algo, yo, como mujer que
cumple con las normas sociales, tengo que contestar: «Nada, solo que me duele
la cabeza». ¡Y un cuerno! En vez de decir que lo me duele es el bajo vientre
que pareciera que me lo están queriendo arrancar y para facilitar que me salga
me están dando contracciones. Lo que me duele es lo hija de puta que es la
naturaleza humana que me hace padecer a mí cada mes mientras que tú jamás
conocerás este sufrimiento. Y lo que me duele es que tú me lo preguntes,
¡imbécil! Vaya, lo que suele pensar una mujer menstruando.
Si me pusiera a elaborar una
lista con todas las cosas estúpidas que se espera de mí, y que yo cumplo a
rajatabla, no terminaría nunca. No obstante, mi modélica conducta me ha salvado
de algún desatino, visto lo visto. Por eso, el día que quisimos saltarnos
a la torera el mandato de estómago tamaño
XS con un batido XXL por poco y no lo contamos.
En cuanto vimos llegar los
batidos supimos que pagaríamos cara nuestra osadía. Los habían servido en una
jarra enorme y se ve que al litro de batido le habían añadido otro litro de
nata y varios barquillos que de gordos y grandes que eran parecían cucuruchos.
El camarero trajo los batidos de uno en uno. Yo
intuyo que por temor a hacerse un esguince en el codo si se atrevía a traer las
tres jarras en una bandeja. Y conforme nos lo ponía en la mesa sonreía
cínicamente dejando entrever media parte de una dentadura con más aluminio
tapando agujeros que dientes.
Urss, que no es nada dada al
exceso de azúcar en vena, puso cara de asco como si le acabaran de traer un
litro de antibiótico de ese con sabor pastoso que se queda en la garganta. Irina,
por su parte, agarró su batido con fingida indiferencia mientras expiaba de
reojo las caras de asombro de un grupo de chicos que estaban anclados en la
barra del bar y que, entre cuchicheos, empezaron a hacer sus apuestas sobre si
seríamos o no capaces de terminarnos la burrada que habíamos pedido. Mientras
tanto, yo no prestaba atención ni a los batidos ni a los ludópatas cachondos de
la barra, yo solo pensaba en la semana de insulsa lechuga que me esperaba como
autocastigo por el atentado calórico que estaba a punto de cometer sobre mi
cuerpo.
A poco más de la mitad del batido,
Irina y yo recordamos, a la vez, que ambas somos migrañosas, lo que significaba
que acabábamos de meternos pura droga en
forma de lactosa en el cuerpo. Una droga que nos taladraría media parte de la
cabeza y se adueñaría de un ojo. Una droga que nos haría fotosensibles. Una
droga que nos revolvería el estómago.
Nuestros ojos se inyectaron en
leche de puro terror porque supimos que teníamos, como mucho, media hora de
margen antes de que empezáramos a convertirnos en dos despojos humanos. A
partir de ahí todos los recuerdos se vuelven confusos. «Tenemos que salir de
aquí pitando leches», era lo único que atinaba a decir Irina que cuando se
agobia se vuelve la mar de poeta. Yo intentaba despabilar a Urss pero las
digestiones le dan mucho sueño y andaba ya en fase REM.
Era evidente que el tiempo estaba
en nuestra contra así que Irina y yo hicimos una jugada maestra: cogimos un
analgésico —siempre llevamos un cargamento en el bolso junto la barra de labios
hidratante; prevenir es curar, que se dice—, nos lo metimos en la boca
aprovechando un descuido de los de la barra y cuando estos volvieron a mirar
nos hicimos las valientes y dimos un buen trago a nuestros batidos para hacer
pasar la pastilla. Luego finiquitamos el asunto dando un golpe en la mesa con
las enormes jarras. Urss, que se terminó
de despertar con el ruido, nos sugirió
que para darle énfasis a la cosa nos limpiáramos la boca con el puño pero ni
Irina ni yo estábamos dispuestas a mancharnos las blusas con nuestra propia
barra de labios para que luego la mancha no saliera ni con Kalia Oxi Action
Gel. Vale que ese día se nos había ido de las manos lo de ser temerarias, pero
una cosa es atentar contra la salud y otra cargarse un par de blusas nuevas.
Pese a la envalentonada escena,
las tres estábamos con las fatigas propias de una preñada en los primeros
meses, la visión borrosa de quien se ha pasado de copas y la agilidad física de
una abuela después de una larga jornada en uno de los viajes del IMSERSO.
Cuando sacamos las
fuerzas para pagar y salir de la cafetería escoltadas por la mirada jocosa de
los de la barra, nos fuimos directamente a mi casa para descansar un poco y
pasar juntas la convalecencia. Yo preparé para las tres una infusión de manzanilla
y cola de caballo para que se nos asentara el estómago y el riñón filtrara el
chute de toxinas que lo habría de andar obstruyendo. Luego, saqué del
frigorífico mis dos antifaces para las migrañas, me puse uno y le di el otro a
Irina. Eso, quitarnos las tiritas y ponernos descalzas nos alivió mucho.
Al final las tres caímos rendidas
en mi sofá. Romper con los estereotipos es un trabajo tan duro…
¡No te pierdas la próxima entrega de las disparatadas venturas y desventuras de estas tres zorras amigas!
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Este capitulo no deja indiferente a quien lo lee !! jajajaj hay que reirse sea por una cosa o por otra ! ansiosa espero los proximos capitulos !
ResponderEliminarDa gusto escribir con una acogida tan buena como la tuya jejej ¡Muchas gracias, Urss! ¡Pronto más! =)
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