No hay nada mejor para refrescar las noches de verano que un
buen cóctel.
En el arte de la coctelería, como en todo, hay modas;
algunas nos han dejado auténticas delicias para el paladar y otras auténticas
atrocidades como la de convertir los Gin Tonics en ensaladas. Pero hoy me voy a centrar en un coctel que para mí,
por lo mucho que me gusta, es el cóctel por excelencia: el mojito. Su
elaboración tampoco ha resistido a las modas y tenemos desde los mojitos
clásicos, con su típico sabor a lima y menta, a los más modernos que cambian la
lima por cualquier otra fruta, pasando, por supuesto, por la aberración del
típico mojito que te sirven a las cuatro de la mañana, en un bar de dudosa
reputación, con el hielo tan derretido que el preparado se acaba convirtiendo
en una sopa calentita que, con ese
gustillo a hierbabuena, más pareciera caldito de puchero que un mojito.
Normalmente, cuando preguntas cuál es el origen del mojito,
te suelen contestar que es un cóctel de origen cubano que nació durante la ley
seca americana y ahí se zanja el tema, pero pocos saben que, según la leyenda,
su origen podría remontarse al siglo XVI y su invención ser obra del legendario
pirata Sir Francis Drake. La receta de Drake se hacía con aguardiente de caña
en lugar de ron, y llevaba lima que le aportaba una buena dosis de vitamina C,
convirtiéndose, así, en una excelente forma de combatir el escorbuto (enfermedad
muy común entre los marineros que pasaban mucho tiempo en alta mar y tenían que
subsistir con una dieta que carecía de frutas y hortalizas, las cuales eran
reemplazadas por granos y carne), llevaba, también, menta la cual aportaba un
toque muy digestivo al cóctel y azúcar para endulzarlo. Por lo tanto, el actual mojito sería una
reconstrucción del “Draque”, la bebida inventada por el pirata, a la que se
empezó a añadir ron en lugar del aguardiente.
Fuera como fuese, no cabe duda que el mojito es una bebida
muy refrescante y digestiva, dos cualidades que son esenciales, no solo en lo
que bebemos sino, también, en lo que comemos en verano.
Por eso y porque te había prometido traer una propuesta de
tarta para los cumpleaños de verano que fuera original y refrescante, he decidido sugerirte la receta de una tarta
inspirada en el mencionado cóctel: una tarta de mojito.
Las tartas de mojito se pusieron muy de moda el verano
pasado y puedes encontrar recetas de lo más variopintas pero yo te traigo una versión
que suelo hacer en casa porque es muy fácil y porque no tienes que hacerte con
tantos ingredientes distintos como en algunas recetas para las que necesitas,
por ejemplo, colorante verde (y yo, que siempre me dirijo a los menos
cocinillas, sé que no estos no van a comprar colorante verde para usar solo una
gota en una tarta).
Los ingredientes que necesitas para la tarta de mojito que
te propongo son 225 gr. de galleta de
limón, 70 gr. de mantequilla, ron blanco, preparado de gelatina sabor tutifruti,
12 láminas de gelatina neutra, 500 ml.
de nata para montar, 200 gr. de azúcar moreno, 3 limas, 400 gr. de queso de
untar, 300 ml. de agua y una rama de hierbabuena fresca.
Los pasos para la elaboración son varios. La base consiste en la típica mezcla de galleta triturada con mantequilla, pero te aconsejo que utilices galleta con sabor a limón porque le viene mejor si lo que queremos es que la tarta recuerde al sabor de un mojito. Yo le añado, además, medio chupito de ron. Extiende esa mezcla de galleta sobre la base de un molde y apriétala bien para que quede compacta. Reserva en el frigorífico mientras preparas el relleno.
Para hacer el relleno, primero, pon a calentar en una olla 140
ml. de ron, el agua, el azúcar moreno, el jugo de las tres limas, la cáscara de
una de ellas y la rama de hierbabuena.
Deja infusionar todo a fuego lento durante quince minutos. Después, retira la
hierbabuena y la cáscara de lima y agrega diez láminas de gelatina. Cuando se
hayan disuelto, apaga el fuego, agrega
el queso fresco y remueve bien hasta que no queden grumos. Monta la nata y agrégala a la mezcla que
acabas de hacer, cuando esté templada, con movimientos envolventes. Luego,
vierte el contenido en el molde y deja enfriar en el frigorífico durante seis
horas.
Finalmente, la capa de arriba consiste en una gelatina. Hay
recetas en las que te dirán que hagas una gelatina de limón y le añadas
colorante verde, pero ya te digo que yo pienso en tu economía y no te voy a
pedir dispendios sabiendo que lo de la cocina, probablemente, te lo tomas con
calma y para momentos puntuales. No obstante, si no es así, esa sería una buena
forma de finalizar la tarta.
Otra idea, más asequible, es hacer un preparado de gelatina
de sabor tutifruti que suele ser verde (siguiendo las instrucciones que se indiquen
en la caja) y luego añadir el jugo de medio limón. También te aconsejo disolver
un par de láminas de gelatinas neutra en el preparado de la gelatina de sabor
que hayas elegido para darle más firmeza
y que no baile demasiado sobre la tarta. Para terminar, solo tienes que verter
el preparado de gelatina sobre la tarta
y dejar enfriar en el frigorífico para que cuaje. Lo mejor es hacer la tarta de
un día para otro, dejándola cuajar durante toda la noche.
Como ves, esta receta y la de mi anterior colaboración, el
pastel de sándwich, son dos sencillas recetas con las que podrás darle un toque
distinto a cualquier cumpleaños o, simplemente, pegarte un pequeño homenaje en
verano. ¡Que las disfrutes!
*Receta publicada en la sección de Gastronomía de LA VOZ DE HOY
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