Dios cogió una costilla del hombre y, a
partir de ella, creó a la mujer. Luego, dejó a sus dos creaciones campando a
sus anchas por el paraíso hasta que la mujer la lió parda tentando al hombre y
ambos tuvieron que salir escopetados de tan idílico lugar. Desde entonces, el
hombre ha tenido que buscarse las habichuelas en un mundo hostil por culpa de
las malas artes de un trozo de carne que, por ser parte de él, le pertenece: la
mujer.
Actualmente,
las mujeres se le parecen horrores a aquella primera Eva y siguen siendo la
perdición de los hombres. A veces, incluso, se diría que es lo único que buscan.
Las mujeres son muy dadas al lucimiento y les encanta caminar contoneándose por
la calle para llamar la atención de los hombres. Las mujeres buscan que las
miren pero luego van de dignas y se hacen las ofendidas cuando les conviene.
¡Qué malas pécoras! ¿Por qué si no se
ponen ropa ajustadas o se sacan las pechugas hasta la altura de la garganta?
Luego dirán que los hombres las violentan pero es que ellas se lo buscan por ir
provocando. ¡Siempre van provocando! Hasta cuando van en mallas y se les marca
la ropa interior. Hasta cuando llevan un vestido suelto y se les transparenta
algo. Hasta cuando van en vaqueros y los conjuntan con una camiseta ajustada.
Hasta cuando llevan medias estampadas. Hasta cuando caminan mirando al suelo.
Hasta cuando llevan abrigo y apenas se les ve nada. Cuando no es el culo, son
los pechos. Siempre. Siempre se sirven de algo. Y los hombres, que tienen ojos,
deben andarse aguantando sus descaradas provocaciones. Pero luego… ¡ay, no digas
nada! ¿Verdad? Sí, y por el mar corren las liebres…
Antes de
seguir leyéndome te advierto de que no soy de las que diferencia entre “miembros y miembras”, ni protesto quitándome
la camiseta y enseñando las tetas. Soy así de insulsa. Ya ves tú.
Sabes
por qué escribo esto. La presidenta del
Observatorio Contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder
Judicial, María Ángeles Carmona, ha dicho, hace unos
días, que quiere acabar con “el piropo”.
Eso se ha traducido en que quiere prohibirlo y se han formado dos bandos: los
que están a favor de prohibir el piropo y los
que están en contra. Se ve que nos gusta mucho la bipolaridad.
Parto de
la base de que la idea de prohibir el
piropo legislativamente es absurda e inviable y no creo que nadie pretenda eso.
No obstante, me destrozo la caja torácica (vaya, que me rio lo más grande)
leyendo a aquellos melodramáticos que han puesto el grito en el cielo. «¡Oh,
Dios! Tú, que hiciste a la mujer carne de mi carne, dime, ¿cómo me la camelo yo
ahora si no es increpándola por la calle? Prohibir el piropo es coartar la
libertad de expresión. ¡Ya no saben qué mas van a prohibir!»
Lástima que no se defiendan otras
libertades coartadas con la misma vehemencia…
Pero,
volviendo al tema, aquí el problema es que hay
un error de concepto. Una cosa es el
piropo, un halago que se hace entre dos conocidos y que, como mucho, te
sonroja pero no molesta. Algo que hasta puede resultar agradable. Y otra cosa es la agresión verbal en la
calle, es decir, todos esos comentarios soeces, vulgares e invasivos que tiene
que soportar una mujer cuando camina por la calle y que provienen de
desconocidos. Lo que hoy día viene siendo una realidad cotidiana para cualquier
mujer en muchas ciudades del mundo.
He
llegado a pensar que, verdaderamente, algunos
hombres no son conscientes de esto. Supongo que creen que es una
exageración de las mujeres y el acoso callejero no son más que casos puntuales.
No es así. Ni por asomo es así. Y las culpables, quizá, somos nosotras mismas
(en esta ocasión no hay ironía en mis palabras) porque ya lo hemos asumido como
algo irremediable. Una piedra en el zapato que nos molesta pero no solemos
contar a diario cuantas veces se nos clavó al día la maldita piedra mientras
íbamos caminando por la calle. Como si no fuera algo digno de ser reseñado. No
debería ser así. Es importante hablar de ello y destapar el problema. Por
ejemplo, como hizo un vídeo que rápidamente se convirtió en viral donde una
mujer se grabó con cámara oculta durante diez horas caminando por las calles de
New York. En el vídeo se puede ver los comentarios, miradas, silbidos y demás
groserías que tuvo que soportar durante ese tiempo.
Me encantaría que, al
igual que en esas típicas comedias americanas, al menos un día en la vida,
todos los hombres despertaran en el cuerpo de una mujer y se enfrentaran
durante 24 horas a ello. Como en este cortometraje francés donde se muestra un
mundo en el que los hombres son mujeres
Yo creo
que es un problema de educación. Mucha
educación para la ciudadanía, ética o asignaturas de esas pero, al menos cuando
yo estudiaba en el instituto (hace ya más de una década, todo sea dicho), nunca
se abordó el tema del acoso callejero. Y entre esos adolescentes estaban los futuros
acosadores. De seguro, si les preguntáramos a ellos, no creerían que lo que
hacen sea acoso. Y seguro que más de uno cree que las mujeres deben sentirse
halagadas con sus estúpidos comentarios. Como si nos tuviera que importar lo
que pensaran de nuestro físico.
Yo, como
cualquier mujer, he tenido que escuchar barbaridades de todo tipo, comentarios
que alegremente me han soltado desconocidos por la calle. En ocasiones, he
sentido un asco especial, lo confieso. En ocasiones, ha dado la casualidad de que
esos hombres no eran tan jóvenes y, mirándolos de reojo mientras los ignoraba,
he llegado a caer en la cuenta de que debían tener la edad de mi padre. Con un
ejercicio de intuición muy básico, me ha sido fácil suponer que muchos de
ellos, probablemente, tenían alguna hija de mi edad. Me he preguntado,
entonces, qué sentirían si vieran como otro desconocido molesta de la misma
manera a su hija. Otras veces, me he preguntado que si, en vez de hija, tuviera
un hijo de mi edad, ¿hará este lo mismo que su padre? ¿Habrán hablado alguna
vez del tema?
A las
mujeres, desde que empezamos a salir por las noches, en casa se nos previene de
todo tipo de horrores que hay en la calle. «No vuelvas sola a casa» «Ten
cuidado, no aceptes bebidas de desconocidos y vigila siempre tu vaso» «No cruces
por descampados o calles oscuras». Y lo peor es que no son malas advertencias.
Todo lo contrario. Pero no he visto nunca que se advierta a los hombres en
consecuencia. «No te pases de listo con tus amigas» «Si te dice una tía que no,
es que no, no insistas y déjala tranquila».
A las
mujeres se las educa para que teman a los hombres. Pero a los hombres no se les
educa para que respeten a las mujeres. No lo entiendo.
Recuerdo
el anuncio de la policía húngara que, indirectamente, culpaba a las mujeres de
las violaciones y les aconsejaba para remediarlo. Si la culpa es de las
mujeres, claro está, las únicas que pueden remediarlo son ellas. A los hombres
no hay que dirigirles ningún anuncio para que no violen a las mujeres.
Me niego a enlazarte ese vídeo.
Es una vergüenza y un despropósito.
Puede
que pienses, tú que llevas un buen rato leyéndome, que estoy exagerando de
nuevo, que una cosa es una violación y otra un comentario soez por la calle. Pero…
¿No te has parado a pensar el asco y miedo que puede llegar a sentir una mujer
después de verse expuesta a ese acoso día sí y día también?
Hay una
evidencia innegable: algunos hombres,
no todos, afortunadamente, consideran
que las mujeres son trozos de carne que uno puede observar como si estuviera
frente a la vitrina de una carnicería.
Y decirle lo que le parece ese trozo de carne. Y comérselo con los ojos. Y con
las palabras. Y asegurarse de que el trozo de carne sepa que de buena gana se
lo zampaba. Es asqueroso.
Y hay otra evidencia,
lamentablemente: las mujeres, por regla
general, son físicamente más débiles que los hombres. Por supuesto, hay
excepciones. Conozco a mujeres que son mucho más fuertes que muchos hombres o
mujeres que practican artes marciales, o alguna disciplina deportiva que les
permite estar en muy buena condición física y poderse defender perfectamente de
un hombre. No obstante, eso son agujas en un pajar. Y, por si fuera poco, la
moda en la indumentaria de las mujeres nos lo pone más difícil aún. No se puede
correr con tacones. Ni dar zancadas grandes con un vestido ajustado. Ni dan
mucha libertad de movimiento los vaqueros ajustados. Llevar coleta y faldas sueltas lo pone fácil a
un agresor. Llevar un spray de pimienta es ilegal. Aviso, llevar un desodorante
con alcohol en spray no lo es. Podría seguir dando ejemplos, pero imagino que
ya te haces una idea.
No hablo
de nada nuevo. La mujer es un trozo de
carne vulnerable. Eso no admite duda. Y a los que tienen el “detalle” y la “valentía” de avasallar a una mujer
por la calle y decirle lo que les parece su aspecto físico habría que
re-educarlos porque, evidentemente, no tienen un comportamiento cívico. A
lo mejor habría que hacer con ellos como hizo cierto programa de Perú. El lema
era bueno: ¡Sílbale a tu madre!
Lo que
yo diga, es un problema de educación.
En
España, según mi experiencia, a veces el acoso es una patética demostración de
superioridad que se hace en comandita. Como cuando los trabajadores de una
obra, tan gallardos ello, le gritan
supuestos piropos, que son más borderías que otra cosa, a las mujeres que pasan
cerca de la obra. Como cuando otro grupo de envalentonados colegas acampados en
la puerta de un bar al que se resisten abandonar, con una y dos copas de más
entre pecho y espalda, sueltan comentarios vulgares, violentos e incómodos a
las mujeres.
Tampoco
voy a dar más ejemplos porque es el cuento de nunca acabar.
Visto lo visto, hay que educar a los hombres para hacerles
entender que las mujeres no somos un trozo de carne que se formó a partir
de una costilla que les falta y que, por tanto, no les pertenecemos. No somos un escaparate. Podemos
vestirnos como nos dé la gana y si les resultamos atractivas es problema de ellos.
No nos interesa saber si les gustamos físicamente más o menos. Tienen
que guardarse su opinión por una cuestión de civismo y por respeto hacia las
mujeres.
También
hay que llamar a las cosas por su nombre. Si
eres hombre y alguna vez le has dicho un comentario borde o subido de tono a
una mujer: la has acosado. Verbalmente, pero la has acosado.
Cualquier
persona con dos dedos de frente sabe la diferencia. Fíjate qué simple. Si un
hombre le grita por la calle, ¡guapa!, a una conocida con la que mantiene una
relación más o menos cordial, le está diciendo un piropo. Si un hombre le grita
lo mismo a una desconocida, la está acosando verbalmente.
Es más,
si una mujer se siente halagada por el comentario que le hace un desconocido,
ésta debe de tener un gran problema de autoestima. Sé que con esta afirmación
muchas mujeres no estarán de acuerdo.
Algo no va bien en una sociedad cuando la
línea divisoria entre piropear y acosar no está clara. Algo falla cuando la
lisonja a una mujer, quién sea, la conozcas o no, te haya pedido ella o no su
opinión, se considera algo “bonito”.
No me gusta hacer diferencias de
género pero en este caso me veo obligada. Las mujeres, por lo general, sí que
tenemos clara esta diferencia. Las mujeres, y esto a lo mejor es una sorpresa
para algún cromañón, también decimos piropos cuando queremos halagar a amigos o
familiares o como parte del coqueteo pero nos guardamos nuestra opinión sobre
los hombres con los que nos cruzamos por la calle, por muy golosa visión que
nos proporcione alguno de estos.
La diferencia parte de nuestro sustrato cultural. Cuando vemos a un
hombre diciéndole a las mujeres que ve por la calle lo que piensa de su físico,
lo tomamos como algo “normal”. Pero si
viéramos a una mujer haciendo lo mismo, los hombres y hasta mujeres pensarían
de ella que es una fresca y una descarada, cuanto menos.
Sin embargo, a mí lo que me
molesta es que todo esto quede en la burda anécdota de la supuesta prohibición
del piropo y no se produzca una verdadera reflexión. Maria Ángeles Carmona se
explicó mal y no utilizó las palabras correctas pero aludió a un problema real:
el acoso verbal callejero. Es un
tema muy serio que no deberíamos descontextualizar por hacer la gracia. Por
desgracia, Es una lacra socialmente aceptada (por algunos). Y que quede claro:
ninguna mujer tiene por qué soportar que
la acosen, sea de la manera que sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentar es gratis. Y mi respuesta también.
Deja huella de tu paso por aquí y me harás la mar de feliz.