Últimamente no tengo tiempo ni para dar rienda suelta a mi
faceta narcisista y mirarme en el espejo. True story.
Así que hoy no te voy a contar el origen histórico de la
receta que te traigo porque sus raíces se hunden en un pasado tan remoto como
el último fin de semana cuando, tras haberme tirado cinco días alimentándome
solo si me acordaba y con lo primero que pillaba a mano, decidí que iba a comer
algo “de verdad”, comida caliente, de esa que se cocina y no viene en una caja,
aunque fuera por una vez en la semana,
recurriendo solo a lo que encontrara en mi frigorífico porque tampoco tenía
tiempo para darme un paseito hasta el supermercado más cercano y conseguir víveres.
Lo primero en lo que reparé,al abrir el frigorífico, es en que
tenía varios calabacines gritando que iban a echarse a perder en breve si no
daba buena cuenta de ellos. Los calabacines son una verdura con bajo contenido
en hidratos de carbono y sodio, lo que los convierte en un alimento ideal para
cualquier dieta pero, normalmente, están relegados a ser los segundones de un
plato porque no tienen un sabor muy potente, así que terminan acompañando a
algunas verduras a la plancha o se
integran con otras en un pisto… Es como
el típico amigo que está de relleno en una fiesta sin saber muy bien quién ni
por qué lo invitó. Y hablando de
rellenos, hasta cuando te comes calabacines rellenos lo que te importa es lo de
dentro... La verdad sea dicha, a esta verdura, en cuanto a sabor con
“personalidad”, le gana por goleada la berenjena. El pisto que lleva berenjenas
se nota, tiene algo, es diferente. Cuando te comes una musaca la berenjena
destaca por encima de la papa y hasta de la carne, si me apuras… Sin embargo,
cuando el calabacín se cocina y suelta toda el agua que lleva dentro, se queda
en poca cosa sin chicha ninguna.
El caso es que, tras semejante reflexión, producto sin duda
alguna de las pocas horas de sueño que llevaba a las espaldas, decidí hacer
algún plato resultón con los pobres calabacines.
Se me ocurrió hacer un pastel de calabacines y he aquí el
resultado.
Los ingredientes que necesitas para resarcir a los
calabacines y hacer con ellos un plato en el que sean los protagonistas son 3
calabacines, 1 cebolla grande, 50 gr. de chóped, 100 gr. de queso rallado, 200
ml de leche, 5 huevos, sal y pimienta.
La elaboración tiene menos historia y complicaciones que el
origen del plato. Corta en brunoise (cuadraditos pequeños) la cebolla y ponla a
freír. Mientras, corta en daditos los calabacines y mételos en un bol en el
microondas durante 10 minutos. Cuando la cebolla esté doradita agrega los
calabacines con un poco de sal y rehógalos durante unos minutos hasta que
terminen de perder toda el agua. Agrega, entonces, el chóped cortado en
cuadraditos muy pequeños. Luego, bate los huevos, agrega la leche y el queso
rallado y salpimienta esta mezcla. Para acabar, solo queda echar el sofrito de
calabacines en un recipiente de horno, verter la mezcla de huevos por encima y
meterlo al horno, precalentado previamente, a 180º con calor solo por abajo
durante 25-30 minutos.
Y listo. Un plato sano, que se puede comer caliente, tibio e
incluso frío. Así que ya puedes irte directo al frigorífico que de seguro
tienes algunos calabacines a los que resarcir con esta receta.
*Receta publicada en la sección de Gastronomía de La voz de hoy
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