Por mucho que intentes alargarlo,
el verano se ha acabado y hay que
asumirlo. Septiembre es el mes bisagra porque todavía hay ferias y verbenas en
los pueblos y la ilusión de vacaciones se puede mantener con un poco de
imaginación, al menos los fines de semana, pero cuando te da en las narices el
uno de octubre se esfuma la mentira.
En los
últimos días he estado pensando en los rezagados veraneantes y me he acordado
de mi época de estudiante universitaria cuando el verano era una fecha límbica
con una primera parte entre el último examen del segundo cuatrimestre y la
semana antes de la primera recuperación de septiembre y una breve pero intensa
segunda parte. Los universitarios son un espécimen único experto en jugar con
el verano haciendo saltos temporales, de empezarlo y cortarlo cuantas veces sea
menester y, por supuesto, de estirarlo como un chicle y alargarlo hasta que no
da más de sí. Y esto es así porque,
tras las recuperaciones de septiembre, el estudiante universitario vive su segundo verano pero es un verano con mayúsculas, VE-RA-NO, de ese en el que no tienes nada que hacer, por ley, de ese que en el que ya pueden bajar las temperaturas más de diez grados que el universitario quiere pasarse el día en la piscina o en la playa y las noches de juerga, a modo de compensación por las horas perdidas. Y lo intenta eh… El espécimen universitario va a las primeras clases del curso como si estuviera saliendo en plan chill out; va arreglado pero informal y se pasa el día buscando la excusa de cualquier hora libre para meterse en la cafetería y echarse un rato de charleta con el primero que se encuentre. Sin embargo, el uno de octubre vuelve a ser un mortal más y descubre que ya no puede seguir retrasando lo de cambiar las horas de cafetería por horas en la cola de una copistería comprando apuntes o por horas buceando entre librerías para dar con los tochos que le acompañarán este nuevo curso y que, durante meses, servirán de elemento decorativo de algunas repisas.
tras las recuperaciones de septiembre, el estudiante universitario vive su segundo verano pero es un verano con mayúsculas, VE-RA-NO, de ese en el que no tienes nada que hacer, por ley, de ese que en el que ya pueden bajar las temperaturas más de diez grados que el universitario quiere pasarse el día en la piscina o en la playa y las noches de juerga, a modo de compensación por las horas perdidas. Y lo intenta eh… El espécimen universitario va a las primeras clases del curso como si estuviera saliendo en plan chill out; va arreglado pero informal y se pasa el día buscando la excusa de cualquier hora libre para meterse en la cafetería y echarse un rato de charleta con el primero que se encuentre. Sin embargo, el uno de octubre vuelve a ser un mortal más y descubre que ya no puede seguir retrasando lo de cambiar las horas de cafetería por horas en la cola de una copistería comprando apuntes o por horas buceando entre librerías para dar con los tochos que le acompañarán este nuevo curso y que, durante meses, servirán de elemento decorativo de algunas repisas.
Pensando
en esos universitarios y en cualquier persona a la que le cueste mucho asimilar
el fin del verano, hoy traigo una de esas recetas que siempre te recuerdan a
esa estación que se nos acaba de ir, aunque la hagas en pleno diciembre: papa
asada y rellena como en las ferias.
Con esta
receta ocurre que a todo el mundo parece gustarle mucho pero poca gente tiene
por costumbre hacerla en su casa, pese a que es muy sencilla. Yo creo que es
porque, normalmente, esas papas asadas suelen comerse cuando uno lleva horas
con las venas aliñadas y dando más
vueltas que una peonza por la feria, ya sea para encontrar a amistades o para
hacer como que baila sevillana, y está en ese momento en el que siente un
hambre atroz y sabe que tiene dos opciones: esperar a llegar a casa y dar buena
cuenta de todas las sobras que haya en la nevera y hacer sus propias “guarrindongadas”
(no de las que estás pensando ahora mismo, mente sucia, sino de las que habla
Robin Food, que quede claro) o, darse el último capricho de la noche repostando
en puestos de hamburguesas, kebabs o, como es el caso que nos ocupa, de papas
asadas. No meto en esa lista a los puestos de churros porque esos son un nivel
superior para cuando uno no va tan aliñado pero quiere llegar a casa bien
desayunado. Párate a pensar… lo de las papas asadas no lo haces cuando quieres
desayunar, lo de las papas asadas lo haces cuando necesitas una buena argamasa para tapar el agujerazo etílico que le has
hecho al estómago.
El caso
es que esa papa asada, con todo su relleno y dado el estado de hambruna en el que la catas, te
termina sabiendo a gloria pero luego, al día siguiente, no recuerdas qué
llevaba el manjar que te zampaste en la feria. Estabas tú como para fijarte en
eso…
Hoy te
voy a ayudar y te voy a decir qué suelen llevar esas papas y cómo se suelen hacer.
Además, me parece una receta estupenda para los universitarios que viven
“independientes” (la independencia del tupperware, dicho sea de paso) en pisos
de estudiantes porque el relleno suele llevar ingredientes que nunca faltan en el
frigorífico de un estudiante. De modo que lo único que va a tener que hacer es
asar una papa y echar en ella todo lo que encuentre en frigorífico, salsas
incluidas.
Los ingredientes para esta receta son: una
papa de tamaño mediano o grande, queso rallado, maíz dulce, zanahoria rallada,
atún, pavo cocido, surimi, aceitunas verdes, mayonesa, kétchup y pimienta. No
doy las cantidades de los mismos porque, evidentemente, se echan a ojo o al
gusto.
En
cuanto a la elaboración, lo primero es
asar la papa en el horno. Ese paso lleva su tiempo. Tienes que lavar muy bien
la papa para quitarle la tierra y
hacerle unas pequeñas incisiones con un cuchillo antes de meterla al horno para
que no reviente cuando se esté asando. Requerirá de, al menos, una hora de
horno a 200º (esto es igualmente relativo, yo suelo vigilarla probando a clavarle
un palillo para ver si está tierna y, a veces, tengo que dejarla algo más de
tiempo).
Cuando tengas la papa asada, la
abres por la mitad (te aconsejo que, también, hagas como en hacen en los
puestos de papas asadas de las ferias y es que las envuelven en papel de
aluminio para que no te manches con el relleno), con el tenedor levantas un
poco la carne de la papa, le echas un poco de pimienta y el queso rallado que
se funde enseguida por el calor de la papa recién sacada del horno. Después,
agrega surimi y pavo cocido cortados a taquitos y el resto de los ingredientes
en el orden que quieras y remata con un chorro generoso de mayonesa y otro de
kétchup.
Este es el relleno más típico aunque
de seguro te habrás encontrado muchas variantes o puede que eches algún
ingrediente de menos. Tú puedes agregarle todo lo que se te ocurra o tengas a
mano o quitarle los ingredientes que no te gusten. Hay quienes le agregan
remolacha u otras verduras como pimientos. Hay quienes no le echan queso
rallado (lo cual a mí me parece inconcebible). Hay quienes les gusta con un
toque picante y recurren al tabasco, pero yo, particularmente, prefiero
agregarle un poco de salsa barbacoa que me chifla.
En fin… para gustos…
Te aconsejo que ya que te pones a
hacer esta papa asada, no hagas una sino
que metas varias en el horno y le alargues el verano un poquito a otros. ¡Te lo
van a agradecer!
*Receta publicada en la sección de Gastronomía de La voz de Hoy
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