Hoy te voy a confesar algo muy íntimo: soy cegata, pero
cegata de estas que a poco que se quitan las gafas saben que se van a dar una
hostia sí o sí. Podría demostrártelo con mil ejemplos pero solo te diré que soy
de esas personas que ven tan poco que cuando van a la playa se pasan el día,
además de comiendo tierra como el resto de los mortales, viviendo en un mundo de
nebulosa y no se meten al agua si no es acompañadas porque saben que al salir
no van a encontrar su sombrilla, así hayan ido aprovisionadas de una sombrilla
de las cantosas.
De niña,
una tía mía pensó en curarme la miopía a base de zumo de zanahoria cruda y
naranja porque había leído en una de sus revistas que eso era buenísimo para la
vista. ¡Qué trauma culinario me generó la buena mujer! Aquel zumo pastoso me
daba arcadas al primer sorbo y luego yo me sentía culpable pensando que nunca
iba a ver bien por ser una “tiquismiquis” que no se tomaba su medicina pero es
que… ¡menuda medicina!
Cuando
pasaron los años, descubrí que es verdad que la zanahoria tiene betacaroteno que
el cuerpo convierte en vitamina A, la cual es buena para tener una visión
saludable, pero que no es ninguna panacea que haga recuperar la vista
milagrosamente, por desgracia. Un poco después, descubrí también que el mito de
que las zanahorias son buenas para la vista viene de la Segunda Guerra Mundial
cuando los británicos habían desarrollado un sistema de radares y, temiendo que
los descubrieran los alemanes, difundieron el rumor de que sus pilotos tenían
una gran agudeza visual gracias a que se atiborraban a zanahorias. ¡Qué
cachondos!
El caso
es que yo me he pasado mucho tiempo no queriendo
ver una zanahoria ni de lejos pero hace unos años me reconcilié con ese
alimento gracias a una tarta. ¡Cómo no!
La tarta en cuestión es una tarta
de zanahoria y coco que está de vicio. Mi madre la hizo un día pero a sabiendas
de que, si yo sabía cuál era el ingrediente estrella de la misma, no osaría a
probarla, me la jugó. Ella me dio a catar un buen trozo y esperó a que me
anduviera relamiendo para confesarme de qué era la tarta. Le perdono semejante triquiñuela porque
gracias a ella descubrí una ambrosía que de otra forma jamás hubiera probado,
por eso y por detalles de poca enjundia como la guerra que le di para venir a
este mundo y minucias por el estilo.
Te voy a dar la receta para que
compruebes por ti mismo lo deliciosa que está esa tarta de zanahoria y coco. Te
aseguro que no sabe para nada a zanahoria, al menos no a zanahoria cruda, sino
que parece una simple tarta de galletas con una crema muy rica.
Los ingredientes que necesitas son 1 kg. de zanahorias, 100 gr. de
azúcar, 4 paquetes de galletas, 125 gr. de coco rallado y leche.
La elaboración es tan sencilla. Primero tienes que hacer una crema de
zanahoria. Para ello, pela y corta las zanahorias en rodajas y ponlas a cocer
hasta que estén muy blandas. Cuando estén cocidas, bate las zanahorias con el
azúcar y un chorro de leche. Luego, agrega a la mezcla el coco guardando un
poco para la decoración final.
El montaje de la tarta es como el
de cualquier otra tarta de galleta, consiste en ir poniendo tandas de galletas
y crema sucesivamente. Eso sí, hay que mojar previamente las galletas un poco
en leche tibia (puedes agregar, también, coñac o algún otro licor) y ser
generoso con las capas de crema de zanahoria.
Para finalizar solo tienes que
decorar con el coco rallado que reservaste.
Te aviso de algo muy importante:
debes esperar a que la tarta haya enfriado en la nevera antes de echarle el
coco por arriba para decorarla porque, de lo contrario, el coco se hundiría en
la crema y no se vería.
Ya sabes, tanto si te gustan las zanahorias
como si las odias y te quieres reconciliar con esta hortaliza o hacer que
alguien se reconcilie con ella, ¡anímate a hacer esta tarta de zanahoria y
coco!
*Receta publicada en la sección de Gastronomía de LA VOZ DE HOY
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