martes, 27 de mayo de 2014

SOSEGADO DESCANSO



Él le dice que van a llegar tarde. Ella le contesta que eso es imposible porque el muerto está bien muerto y no hay forma de que se eche andar, se vaya a la puerta de entrada de su casa y se quede allí anclado esperándolos con gesto de impaciencia para, al verlos llegar, recibirles con la muñeca izquierda alzada y el dedo índice de la mano derecha tamborileando la esfera del reloj. Él le pregunta si ha terminado de arreglarse. Ella le dice que todavía no porque tiene que echarse su manita de pintura en la cara, no vaya a ser que los allí presentes, al verla tan paliducha, de puro espanto, la quieran velar también. Él se pasea por la casa arrastrando la suela de los zapatos y no es hasta que comprueba que ella ha guardado todo el maquillaje en el tocador cuando se atreve a interrogarla de nuevo: «¿Por fin?». Ella le responde, sin ocultar su desidia, que solo le falta echarse perfume para disimular el olor a muerto que de seguro se le va a pegar en la ropa, porque ese es un olor que se adhiere al tejido más aún que el del tabaco.
De camino, él conduce y ella habla: de la subida de la luz, de las rebajas, de los vecinos y de las maldades de su suegra que siempre se anda metiendo en todo y menos mal que ella  es muy conciliadora y no quiere problemas familiares que si no ya le hubiera dicho unas cuantas cositas que es hora que alguien le diga a esa mujer.
Cuando llegan, descubren que no hay nadie en la casa del difunto y ella sentencia que eso es porque todos deben haberse ido a la misa y que ya sabía ella que lo mejor era ir directamente a la Iglesia.
Él conduce, de nuevo, pensando en el afortunado muerto y su sosegado descanso entre cuatro paredes de madera que para él las quisiera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentar es gratis. Y mi respuesta también.
Deja huella de tu paso por aquí y me harás la mar de feliz.