Filetes de ternera para la primavera. Desde hace unos años
ese es mi mantra. Y es que si a otros la primavera la sangre altera —qué sutil
y poético puede llegar a ser el refranero español—, a mí me altera el cuerpo
entero.
Primero paso por la fase de alergia primaveral que me
transmuta en una yonqui, que no yanqui, de ojos rojos y llorosos, con la nariz
destrozada y capaz de matar a cualquiera por un chute de antihistamínicos. Y
luego, como segunda fase, cojo una anemia de esas de caballo, de las que, por
las fechas, siempre se comienzan confundiendo con astenia primaveral hasta que
una analítica la descarta y pone en evidencia una anemia ferropénica de agárrate
y no te menees, más que nada porque si te meneas mucho te puede a dar un mareo.
Vaya, que tienes el hierro por los suelos. No hace mucho leí, y no sé si es
verdad, que antiguamente se recetaba chupar llaves a los niños con anemia. Ay,
la sabiduría popular, a veces tan sabia, y a veces tan bruta y literal… Si semejante
barbaridad fuera cierta, a mi por estas fechas deberían recetarme chupar las
vías de un tren.