«Léete Dios vuelve en una Harley, de Joan
Brady, te va a venir bien». Me lo dijo
así, sin más, como si acabara de recomendarme tomar una tisana de pasiflora
para los nervios o una de tomillo para mejorar la circulación.
A mí el título del libro, de entrada, no me convencía nada. Cierto
es que confiaba en el criterio literario
y los conocimientos sobre psicología de quien provenía la recomendación, pero
Dios y yo hace mucho que no estamos a partir un piñón, precisamente.
No obstante, como alumna aplicada que soy, me hice pronto
con el libro, pese a mis reticencias. Descubrí, entonces, que Dios vuelve en una Harley no es una
novela, como mucho es un relato un poco extenso. Nada más.
Cuando leí las primeras páginas, el relato comenzó a
parecerme un sinsentido. La escritura no estaba del todo mal pero la trama era
floja y absurda y los personajes planos. Tampoco me sentía muy identificada con
el “drama” de la protagonista. Así que aquel era un mal camino para que Dios y
yo nos reconciliáramos. O eso pensaba.
Seguí leyéndolo solo porque, al ser tan corto, sabía que
tampoco iba suponer mucha pérdida de tiempo. Además, mal que me pesara, esa
extraña tisana resultaba de fácil digestión, vaya, que se leía rápido.
Podría hacer una sinopsis del libro, pero por breve que
fuera lo destriparía porque no tiene mucho de donde tirar. Lo único que sí
puedo contar es la idea principal: a Dios, consciente de que los diez
mandamientos que le dio a Moisés hoy ya están totalmente desfasados, se le
ocurre bajar a la tierra, adoptar la forma humana de un motorista con una flamante
Harley —ya podría haber elegido mejor un Delorean como método de transporte,
digo yo— y entregarle a cada persona una serie de mandamientos personalizados,
valga la redundancia. Todo esto de forma secreta, claro está. Y, por si fuera
poco curro, se encarga de dar esos mandamientos escalonadamente. No entrega
uno nuevo hasta que no se ha asegurado de que su “elegido” sabe poner en
práctica el último que le dio. Se ve que a Dios, como es omnipresente, le sobra
todo el tiempo del mundo. Porque si tuviera que bajar y esperar a que yo fuera
aprendiendo a poner en práctica sus enseñanzas, iba a necesitar toda la eternidad
para su didáctica labor.
La idea de un Dios humanizado que durante una etapa de tu
vida se te aparece para aconsejarte me recordaba a la serie Joan de Arcadia, una
de mis series preferidas.
Nunca he encontrado otra escena de ficción con la que me
haya sentido más identificada que con esta.
No me gustan los libros de autoayuda, y Dios vuelve en una Harley es un libro de autoayuda. Eso que a nadie
le quepa duda. Aunque la autora, supongo, haya partido de la pretenciosa
intención de enmascarar un libro de autoayuda en una novela. Pero no lo ha
conseguido. Si hubiera trabajado más los personajes, si no hubiera precipitado
los acontecimientos, si se hubiera tomado más tiempo para mostrar cómo la
protagonista pone en práctica esos mandamientos y con los problemas que se encuentra…
Quizá hubiera sido un gran libro.
Dios vuelve en una
Harley no es una joya de la literatura, pero merece la pena leerlo solo por
los seis mandamientos que Dios le da a la protagonista de la historia.
1- No levantes muros. Aprende a traspasarlos.
2- Vive el momento, pues cada uno es precioso
y no debe malgastarse.
3- Cuida de tu persona, ante todo y sobre
todo.
4- Prescinde del amor propio. Muéstrate tal y
como eres, dando amor pero sin renunciar a ti mismo.
5- Todo es posible en todo momento.
6- Sigue el fluir universal, cuando alguien
da, recibir es un acto de generosidad.
Los seis mandamientos del Dios de Joan Brady me parecen
mucho más coherentes y sanos que los diez mandamientos del Dios del Antiguo
Testamento. Vale que la idea de un Dios motero atractivo del que te puedes
quedar fácilmente prendada es bastante excéntrica, pero la de un Dios vengativo
—aquí entre tú y yo, un auténtico hijo de puta— que se divertía mandando
plagas, pidiendo sacrificios o castigando con vagar por el desierto durante
cuarenta años, como se presenta en el Antiguo Testamento, no solo es excéntrica
sino, además, bastante cruel y macabra. Llámame loca, pero yo prefiero un padre
guay que va de enrollado, a uno autoritario que te da palizas “por tu bien”.
Los mandamientos que
Joan Brady da en su libro pueden ser universales, aunque el quinto es más un
acto de fe que un mandamiento. Más que mandamientos son sencillos consejos que,
de tan básicos, a menudo se nos olvidan. Al fin y al cabo no son más que unos
cuantos tips —está muy de moda ahora esa palabra por estos mundos cibernéticos—
para ponerlos en práctica y aprender a vivir la vida apreciando cada momento,
para encontrar la paz interior y para empezar a quererse. No es poca cosa.
Recuerda que el Dios del Antiguo Testamento lo primero que te pedía era que lo
amaras a él, mientras que el de Joan Brady lo que te dice es que a quien debes
de querer y cuidar es a ti mismo.
Nunca me imaginé escribiendo una entrada de este tipo en mi
blog. Supongo que por prejuicios y porque la pequeña y fría dictadora que
habitaba en mí no se permitía estos escarceos con un género tan promiscuo como
la autoayuda. Aún hoy, temo que mi transformación interior vaya a más y me dé
por empezar a escribir frases de Paulo Coelho en mis redes sociales. Ojalá no llegue a tanto.
Tampoco es que ahora Dios y yo volvamos a ser colegas y esté
esperando a que se me aparezca para irnos a tomar unas cañas. Hay
reconciliaciones que llevan su tiempo.
Sea como sea, creo que hay momentos en la vida en los que
hay que pararse a reflexionar sobre uno mismo. Y aprovechar uno de esos parones
para tomarte un par de horas leyendo el libro del que te hablo te ayudará mucho.
Dios vuelve en una
Harley termina con una moraleja: “las
cosas llegan cuando estás preparado para recibirlas”. Me gustaría creer que
eso es así. Es más, me gustaría creer que si has llegado hasta este blog y
hasta esta entrada es porque ahora tú estás preparado/a para leer este libro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentar es gratis. Y mi respuesta también.
Deja huella de tu paso por aquí y me harás la mar de feliz.