Cuando te invitan a una comida, ya se entre amigos o
familiares, sabes que lo protocolariamente correcto es que no acudas con las
manos vacías. Y tú quieres llevar algo, por supuesto, pero le das a la sesera y
no se te ocurre nada. Así que, como siempre, terminas llevando un par de
botellas de vino que es lo que has visto hacer en las películas y te crees que
has cumplido la mar de bien, aunque sepas que a los que acuden a la comida lo
que les pierde es una cerveza fría y que las botellas van a acabar cogiendo
polvo en la despensa de tu anfitrión.
Yo soy muy fan de llevar el postre. Y el vino me encanta,
que conste. Pero en mi caso ocurre que mi postre tiene que competir en la mesa,
muchas veces, con el invitado que en el último momento se ha pasado por la
primera pastelería que le pillaba cerca y ha comprado una bandeja de dulces.
¿Típico también, verdad?