domingo, 31 de enero de 2016

LA LENGUA AZUL



No pudo ser porque tenía la lengua azul.

Reconozco que mientras viajaba en el AVE se me pasó por la cabeza la idea. Pero nada más llegar a Madrid calculé las probabilidades que había de que, en 72 horas, dos desconocidos, que en realidad no lo son tanto, se cruzaran casualmente en una ciudad de más de tres millones de habitantes. Eran pocas. Muy pocas.

Recuerdo que mi intuición bombardeaba frenéticamente el músculo del tamaño de un puño que tenemos entre las costillas a un lado del costado. Siempre hace eso para que la sienta. Sin embargo, las malditas matemáticas actuaron como el mejor de los betabloqueantes y yo, ingenua, me relajé y la ignoré. No sabía, entonces, que las estadísticas se las comería el azar en menos de cuatro horas.

Te prometo que, cuando todo acabó y volví a casa, pensé en escribirte para contártelo. Si finalmente no me animé fue porque no sabía cómo hacerlo. ¿Cómo iba a decirte que, después de ocho años y sin que ninguno de los dos lo buscara, ocurrió sin más, cosa del destino supongo,  pero que no pudo ser porque tenía la lengua azul?

Desde nuestra primera conversación había fantaseado muchas veces con ese momento. Sé que tú también lo has hecho en estos años. Había contemplado montones de escenarios y situaciones posibles, pero jamás se me ocurrió lo de la lengua azul.

Me pilló por sorpresa. Acababa de llegar a la ciudad. Había soltado mi maleta en el hotel. Había quedado para almorzar con una amiga que estudiaba allí. Hacía calor. Era septiembre y el verano aún se resistía a marcharse. Tras el almuerzo, mi amiga y yo dimos un paseo por El Retiro y me entró sed. Entonces se me ocurrió la estúpida idea de sentarme en una terraza y tomarme un granizado. Un granizado azul.

Después salimos del parque, andamos unos minutos hasta que nos cruzamos. Tú y yo nos cruzamos. Por primera vez, estuvimos frente a frente, a un par de metros de distancia. Quizá tres. Solo durante unos segundos. Irónicamente, al lado de la parada de metro que lleva el nombre de mi ciudad. ¿Qué retorcidos son los hilos del destino, verdad?

Siempre me he preguntado si llegaste a verme tú también. Nunca lo supe.

No importa. Tenía la lengua azul. No era un buen momento. Sé que tú hubieras pensado lo mismo.

Aquel día no pudo ser y yo volví rápidamente sobre mis pasos con el tiempo justo de girar por otra calle ante el estupor de mi amiga, que me siguió sin comprender a dónde quería ir.

Lejos de ti.

Si alguna vez tuviera el valor de escribirte esta carta, sabrías que aquel día no pudo ser porque yo ya no era una chica de instituto, ni tú un universitario en su primer año. No pudo ser porque no había pantallas de por medio.

No pudo ser porque tenía la lengua azul. Y porque nunca estaremos preparados para tocarnos.



* Presenté esta carta en el concurso "Las cartas que nunca escribiste" de la Editorial Ojos Verdes y ha sido seleccionada para formar parte de una antología. 

2 comentarios:

  1. Muy buen relatito! la verdad es que a cualquiera le puede pasar.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Urss. A cualquiera que coleccione casualidades en su vida, aunque no crea en ellas...

    ResponderEliminar

Comentar es gratis. Y mi respuesta también.
Deja huella de tu paso por aquí y me harás la mar de feliz.