Sé que cuando llegan estas fechas hay dos preguntas que te
rondan en la cabeza: ¿cuánto puede aguantar el estómago de una persona sin
reventar? y ¿a quién se le pudo ocurrir la idea del dichoso amigo invisible?
Aquí entre tú y yo, ¿fastidia, eh? Todos los años igual. Ya
sea en el trabajo, en las clases de inglés, o en las de baile, en tu grupo de
amigos, o en tu familia, siempre hay un original de turno al que se le ocurre jugar
al amigo invisible y, claro, tú no puedes negarte sin quedar como un desaborido
más seco y con menos sangre que un polvorón.
Así que, como todos los años, terminas metido en semejante
engorro y, como todos los años también, te pasas unos cuantos días incordiando
a tus conocidos con la misma cantinela: ¿qué le compro a Fulanito/a? Para más
inri, Fulanito/a, además, suele ser un/a desconocido/a que te ha tocado de
rebote. Yo no sé para qué nos mareamos tanto si al final siempre terminamos comprando
lo mismo. Déjame adivinar. Si te toca jugar al amigo invisible en el trabajo o
entre familiares, regalas cosas protocolarias como bufandas, guantes y
carteras, como si la gente llevara el dinero en los bolsillos y se pasara el
día arrecía. Mientras que, si haces el amigo invisible entre amigos, regalas
tazas y libretas como si no tuvieran vasos en sus casas ni papel para escribir.
¿Me equivoco? Esto del amigo invisible tiene su enjundia, que parece que no,
pero sí, de hecho, hay tiendas cuya naturaleza es el arte de vender “chuminás”
para regalar, como por ejemplo ALE-HOP o Tiger.
Es cuando te estás quemando la sesera pensando qué regalar,
cuando empiezas a preguntarte de dónde viene una tradición que a nadie le gusta
pero a la que todo el mundo juega. Pues tranquilo que nosotros, los españoles,
no fuimos los de la idea.
Al parecer, el origen
del amigo invisible podría estar en la Venezuela del siglo XIX donde, por
cuestiones sociales, las damas casadas o comprometidas no podían tener amigos,
sino compadres. Así que a un grupo de amigos y amigas se le ocurrió reunirse en
fechas navideñas para intercambiarse regalos. El amigo invisible se llamaba
entonces “compadre secreto de papelito”.
Quizá sea la primera vez que lees sobre estos orígenes pero,
de seguro, has oído alguna vez hablar de la versión estadounidense: el conocido
Secret Santa. La teoría del origen del amigo invisible en los Estados Unidos
recoge una historia muy tierna y lacrimógena que parece sacada del argumento de
un culebrón de esos que ponen a las cuatro de la tarde. Trata sobre Larry Dean Stewart, un hombre de Kansas con
quien el destino se cebó un tiempo haciéndolo pasar por problemas económicos y
despidos que coincidieron con las Navidades. Sin embargo, la vida da muchas
vueltas y con el tiempo se llegó a convertir en millonario. Y ahí viene lo increíble.
Este buen hombre, según se dice, se dedicó durante años a regalar dinero de
forma anónima a gente que lo necesitaba. Pero un nuevo y doloroso giro del
destino hizo que enfermara de cáncer y decidiera desvelar su identidad.
Por si te interesa,
este curioso personaje, Larry Dean
Stewart, murió en 2007.
La segunda parte de lo que hoy te vengo a hablar trata sobre
algo también muy típico de la navidad que, al contrario que el amigo invisible,
no te fastidia para nada: la costumbre de comer bombones. No hay mesa de
navidad que no se corone con su buena bandeja de turrón y bombones.
Pensando en lo mucho que nos gusta comer bombones y en lo
del indeseado amigo invisible, se me ha ocurrido traerte una receta riquísima,
de esas que vician nada más probarla, con la que además te voy a dar una idea
para regalar: bombones de caramelo.
La receta de estos bombones me la ha enseñado mi “santa
madre” y, como son unos bombones fáciles de hacer y deliciosos, se me ocurre
que bien presentados en una cajita o tarro bonito pueden resultar un regalo
original que se aleja de los tópicos. También podrías, por ejemplo, llenar una
de esas tazas que tanto nos gusta regalar con estos bombones para darle un
toque más personal. Como ves, ideas no me faltan.
Los ingredientes que necesitas para estos bombones de caramelo
son 200 ml. de nata, 180 gr. de azúcar, 30 gr. de mantequilla, cuatro
cucharadas de miel y una tableta de chocolate negro.
Fíjate bien en los pasos de la elaboración.
Vierte en una olla la nata y el azúcar y remueve bien. Luego
agrega la miel previamente derretida y sigue removiendo. Por último echa la
mantequilla. Mantén todo a fuego lento y ve removiendo lentamente hasta que la
mezcla esté pastosa y lista para introducirla en moldes de silicona.
Mételo en el frigorífico durante 20 minutos.
Mientras tanto, derrite el chocolate al baño María.
Pasado el tiempo, saca los bombones del frigorífico,
desmóldalos e introdúcelos con cuidado en el chocolate derretido. Finalmente, déjalos
reposar en una bandeja con papel de hornear.
Cuando el chocolate se endurezca se podrán despegar
fácilmente del papel. Y listo.
Estos bombones son un acierto porque no son el típico
mazacote de chocolate; el relleno de dentro sabe a toffe de caramelo y la
combinación con el chocolate resulta espectacular. Tienes que probarlos ya sea
para regalarlos como te he sugerido o en bolsitas o para coronar tu mesa
navideña. ¡Te encantarán!
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