“El que come gachas
en los santos, está guapo para todo el año”. Hace días, cuando preparaba
esta receta, leí ese dicho que jamás había escuchado pero que, al parecer, es
muy popular, especialmente en algunas regiones en las que es típico comer
gachas dulces el día de Todos los Santos. Así que hoy siento como si te
estuviera trayendo la receta de un milagroso elixir de belleza que podrás tomar
muy pronto. Aunque el motivo por el que decidí publicar esta receta es otro.
Mi abuela nació pocos días después de que terminara la
guerra civil. El hambre de la posguerra es uno de los pocos recuerdos
imborrables de su infancia. Una vez me dijo que de niña sus hermanos y ella
buscaban en los cajones de casa para ver si, con suerte, se encontraban con
algún trozo de pan duro olvidado.
Es curioso, cuando pienso en la alimentación de mi infancia,
por suerte, la última palabra que se me viene a la mente es “hambre”. Mi
infancia, por el contrario, estuvo cargada de bocadillos de pan blanco con
chocolate, de yogures de sabores, de cereales con miel, de zumos y batidos, de
paquetes de papas fritas, de gominolas, de helados, de castañas asadas, de
pizzas… De todo manjar bien apreciado por el paladar de un niño y de otros
muchos más sanos aunque no tan deseados.
Para la mayoría de las personas de mi edad y de mi entorno,
el hambre durante la infancia no era más que esas noches en las que, como
castigo, tenías para cenar las lentejas que no habías querido almorzar. Y todos preferíamos morirnos de hambre a
catar un plato que ya tenía más pinta de argamasa que de otra cosa. Aunque de
hambre tampoco nos moríamos. Yo, por ejemplo, tenía escondida una cajita en mi
habitación donde guardaba un arsenal de chuches y chocolatinas para esas
ocasiones. Nunca fui de esos niños que se daban empachos de chucherías. Yo
sabía que era mejor guardar los excesos para épocas de carestía. Supongo que
esa fue mi propia cartilla de racionamiento. Espero que mi madre no lea esta
receta y descubra que, por mucha pataleta y teatro que montara, jamás me fui a
la cama sin cenar.
Mi abuela si se fue muchas noches a la cama sin cenar cuando
era niña. Y para ella, su infancia, no tiene sabor a tantos manjares. La
infancia de mi abuela sabe a gachas dulces. Como era una comida barata y que
daba energía, su madre las hacía día sí
y día también. Y no las deliciosas gachas dulces con leche que ahora conocemos,
sino una versión menos sabrosona hecha solo con agua.
Esta receta me hace especial ilusión porque al comentarle a
mi abuela que quería aprender a hacer gachas dulces y que le daría a probar un
poco, cuando las hiciera, a ella no le hizo especial ilusión. Ella recordaba
unas gachas acuosas que de tanto comerlas había acabado aborreciendo. Por eso
yo me empeñé en aprender a hacer unas gachas dulces deliciosas para que se
reconciliara con un postre que formó una parte tan importante de su infancia.
Y, al final, lo conseguí.
Hoy te voy a enseñar a hacer esas gachas dulces con tanta
historia, para que reconcilies a algún familiar con su pasado o para que,
simplemente, disfrutéis de un plato con historia.
Los ingredientes que necesitas son 1 litro de leche, 3
cucharadas de harina, 1 cucharada de maicena, 8 cucharadas de azúcar, 1 palito
de canela en rama, canela en polvo, 2 cucharitas de matalahúva, aceite de oliva
y coscorrones de pan frito.
Sé que antaño se solían hacer en una sartén grande pero yo
prefiero hacerlas en una cacerola que me permita más facilidad de movimiento
para evitar se salgan las gachas por la hornilla pringándolo todo. Es una
cuestión práctica.
Tú puedes hacer las gachas dulces donde prefieras pero no
olvides los pasos.
Del litro de leche separa un vaso grande en el que disolver
la harina y la maicena. Hacemos este paso porque en la leche muy caliente no se
disolvería bien.
Pon a freír las dos cucharaditas de matalahúva en un poco de
aceite. Luego añade la leche junto con el azúcar y el palito de canela y
remueve hasta que llegue a hervir. En este punto añade el vaso de leche donde
habías disuelto la harina y la maicena. Continúa removiendo durante unos
minutos a fuego medio hasta que disuelvas todos los grumos y espese. Ten en
cuenta que cuando enfríe espesará un poco más.
Una vez temple sirve las gachas en un recipiente y
espolvorea canela molida por arriba.
Hay quienes a las gachas dulces les agregan, justo cuando
las van a tomar, unos coscorrones de pan, y hay quienes agregan los coscorrones
antes, mientras las están preparando. Yo prefiero hacerlo al final porque no me
gusta que se pongan blandos.
También hay quienes toman las gachas frías y quienes las toman templadas. Yo las he probado
de las dos formas y me han resultado igualmente deliciosas. Así que lo dejo a
tu elección.
Espero que te animes a preparar estas gachas dulces. Y mejor
si es el día de Todos los Santos para seguir con la tradición y por si, quién
sabe, te dejan guapo para todo el año. Por probar...
*Receta publicada en la sección de Gastronomía de La voz de hoy
Pues a probarlas ya. Ricas, fáciles y baratitas.
ResponderEliminarGracias
Gracias a ti, Julia, por pasarte y animarte a hacerlas. Espero que te gusten ;)
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