martes, 17 de marzo de 2015

YO Y LAS ZORRAS DE MIS AMIGAS

CAPÍTULO 3: ORGULLO Y PERJUICIO.



               Hace unos días fue el cumpleaños de Urss.

Irina y yo siempre le estamos comiendo la cabeza a Urss sobre lo importante que es para una mujer cuidar la piel de su cara para prevenir los estragos de la edad porque la piel humana, en especial la de la cara, es un órgano de lo más vago que está deseando dejarse caer al menor descuido. Urss no nos suele prestar mucha atención porque ella es una mujer pragmática que se ha hecho fan del aceite de aloe vera y cree que ha encontrado en él su mejor producto multiusos; un producto que lo mismo sirve para las quemaduras solares, las picaduras de insecto o la piel deshidratada. Sin embargo, el día de su cumpleaños algo dentro de ella debió alterarse porque se presentó en Lidl y se compró la famosísima crema antiarrugas de 3 euros. Yo creo que piensa que de la combinación de esos dos “productos milagrosos” surge la fuente de la eterna juventud hecha crema aceitosa.

               De modo que, el día de su cumpleaños, Urss acudió al bar en el que habíamos quedado Irina, ella y yo para almorzar juntas asegurando que acababa de quitarse una arruga del entrecejo que jamás le habíamos visto ni Irina ni yo. No obstante, hay una norma conocidísima del protocolo que rige las amistades no heroicas entre zorras en la que se establece que nunca, bajo ningún concepto, ha de contradecirse a una cumpleañera, así que no  lo hicimos. 

               Irina y yo le dimos nuestros regalos y Urss actuó también conforme al protocolo. Da gusto con la gente educada. Por lo cual, Urss abrió cada regalo fijándose en la marca de la bolsa para poder intuir su procedencia, palpándolo previamente como para adivinar el contenido, y, para finalizar, poniendo una cara de enorme sorpresa al abrirlos como si ni por asomo se los hubiera esperado y, casualmente, hubiéramos acertado de pleno en sus deseos más profundos y secretos. Vaya, como si los dos meses anteriores de sutiles indirectas nunca hubieran sucedido. Bendita amnesia la de la edad recién cumplida.

               Una vez agasajada Urss, las tres dimos cuenta de un buen almuerzo que esto de hacerse mayor cansa mucho, aunque veas los toros desde la barrera.

               Después de tan suculento almuerzo, podríamos haber ido a pasear un rato pero el cielo se encapotó y temimos que empezara a llover, nos pescara en la calle y se nos encrespara el pelo. Así que, decidimos rematar la faena en una cafetería.

               Elegir la cafetería en la que nos resguardaríamos no fue tarea fácil. Yo quería ir a una que han abierto no hace mucho  en la que tienen una selección de tartas con los glaseados más brillantes que he visto en mi vida. Se me hacía la boca agua solo de pensar lo apetecible que iba a quedar un trozo de esos inmortalizado en mi Instagram. Irina quería ir a un “garito” —Irinia pronuncia la palabra garito con tal garra que pareciera que acaba de salir de una máquina del tiempo y recién llegara de los ochenta— del que le habían hablado que, supuestamente, se pone muy bien. Pero hay que aclarar que para Irina el  que un “garito” se ponga bien significa que se peta hasta las trancas y que cuando te acercas a la barra no quieres una copa sino una bombona de oxígeno. No obstante, nuestras sugerencias no se tuvieron en cuenta porque la cumpleañera quería ir a otro bar y —esto también está recogido en el protocolo de actuación de amistades no heroicas entre zorras— la cumpleañera manda en las decisiones que se hayan de tomar en las 24 horas que dure su festejado día. Entonces, Urss eligió un bar que, a todas luces, era mejor que ninguna de nuestras propuestas esgrimiendo un argumento de peso que, por supuesto, no pudimos rebatir: «El bar que yo digo es mejor porque los camareros llevan corbata».

               Era la primera vez que las tres estábamos en aquel bar/cafetería/aceptamos pulpo como animal de compañía. Era un local peculiar pero acogedor y en el que, como bien nos había adelantado Urss, los camareros llevaban corbata.

               Mis recuerdos hoy, por los acontecimientos que allí sucedieron, se encuentran algo difusos. Aunque recuerdo, entre brumas de lactosa, que me fijé  en la decoración y llegué a pensar que era uno de esos bares en los que te ofrecen el menú del día aunque vayas a las cinco de la tarde. Nada que ver.
              
El camarero nos trajo una de esas cartas que yo bautizo como “cartas Chuck Norris”.
Son cartas indestructibles que un día fueron plastificadas y hoy por hoy no hay quién acabe con ellas. Tienen la capacidad asombrosa de resistir a cualquier infortunio así se les caiga el contenido de un vaso o el aliño de una ensalada. Además, aunque las dobles vuelven a su forma natural enseguida y, a poco que te descuides, te sacan un ojo con uno de sus plastificados picos.  Lo más inquietante de las “cartas Chuck Norris” es que es imposible adivinar su edad. Si una se fija en la tipografía o en las fotografías puede intuir que esas cartas se imprimieron mucho antes de que una naciera, pero es imposible que llegue a dilucidar si fue antes de que nacieran sus padres o sus abuelos. Es que las condenadas cartas Chuck Norris se conservan bien. Es verdad que las imágenes más que fotografías parecen bodegones, pero la tinta está como si acabara de salir de la imprenta. Ahora bien, cuando realmente una siente la mano helada del doctor Doc en su hombro es cuando se fija y descubre que los precios están en euros y pesetas. ¡Menudo deja vù más acojonante!

               El problema estuvo en que el susto inicial se nos pasó a las tres a la vez cuando nos dimos cuenta de que en la carta había una amplia selección de batidos helados. ¡Nos pierden! Y encima no eran batidos helados de esos pretenciosos que no son más que un batido servido en copa y coronado por un poco de nata montada. ¡Qué va! Eran batidos helados de verdad, de los que se hacen batiendo helado.  Sin embargo, luego vino la trampa porque, ahora lo sé, una nunca debe fiarse de una “carta Chuck Norris”: los batidos helados tenían precio de risa.

Al principio pensamos que serían precios de la carta eran antiguos pero Urss le preguntó a uno de los camareros quién le confirmó que eran precios actuales y, claro, Urss nos contagió la idea de que hay que confiar ciegamente en la gente que lleva corbata.

Entonces cometimos un error que habríamos de pagar caro. Descubrimos que la carta, que además de inmortal era más larga que un día sin pan, ofrecía la posibilidad de pedir varios tamaños de batidos helados. Y había batidos helados XXL, cuyo tamaño era el de un litro, por poco más de tres euros. Ahora que caigo en la cuenta, un mundo en el que un litro de helado servido en una cafetería costara poco más de tres euros, sería un mundo muy peligroso. Porque es difícil resistir a una tentación como esa. Lo de la manzanita de Eva es percata minuta comparado con esto. ¿Y por qué Adán no se resistió a darle un mordisco a la manzana de Eva? ¿Porque estaba loco por las manzanas? ¿Acaso hay alguien a quién le vuelvan loco las manzanas? ¡Qué va! La manzana es la típica fruta insulsa a la que recurrimos cuando hacemos dieta. No sabe más que a corcho con una película crujiente verde o roja.  Pues no. No es que la manzana que Eva le ofreció a Adán estuviera muy rica,  es que era una manzana prohibida y no hay nada que apetezca más hacer que lo que no puedes.

Quizá, Irina, Urss y yo podríamos haber tenido un momento de lucidez y haber llegado a la conclusión de que pedirse un batido helado de un litro tras un copioso almuerzo no era una buena idea. Pero, en ese momento, uno de los camareros con corbata vino a tomarnos nota y cuando le pedimos tres batidos helados XXL levantó su ceja como queriendo hacer un gesto de incredulidad, dejó de anotar en su pringosa libreta y nos preguntó: «¿Estáis seguras? ¿Vais a poder?» Yo hubiera respondido de no haber sido porque me quedé sorda con el chirrido de dientes de Irina y me cuesta hablar cuando sé que no puedo oír mi propia voz. Por si fuera poco, también podía leer mentalmente la contestación de ambas y era agotador tener sus voces metidas en mi cabeza.

Urss zanjaba el tema respondiéndole al camarero que ella, que había sido capaz de montar sola un armario de IKEA, por supuesto podría terminarse un batido de un litro, ¡y de dos si se lo proponía! Mientras que Irina increpaba al camarero con una amplia y nerviosa retahíla: «¿Qué pasa, que porque sea mujer no soy capaz de beberme un batido de un litro? ¿Tú que te crees? Yo no soy una nenaza, ¿sabes? ¡Que estoy muy loca, eh! Que yo cuando me tuerzo el tobillo aprovecho para ir de compras…» En realidad, el monólogo indignado de Irina fue mucho más largo solo que le quité la voz en mi cabeza porque empezó a obstruirme los chacras.

Lo curioso es que yo tuve que tragarme sus respuestas y, sin embargo, al camarero con corbata solo le dijeron: “Sí, podremos”.

Irina y Urss amenizaron la espera de sus batidos discutiendo sobre la visión tan  absurda que tienen los hombres de las mujeres pues se piensan que nos alimentamos a base de infusiones digestivas y diuréticas. Mientras que ellos, machotes, si quisieran podrían subsistir comiendo solo  hamburguesas, pizzas y litros de cerveza porque luego lo queman todo en una carrerita o dándole cuatro patadas a un balón.

Aunque ambas estuvieron un buen rato poniendo de vuelta y media al género opuesto que tanto nos atrae, yo no pude más que darles la razón en todo.

De hecho, yo misma nunca he entendido por qué por ser mujer, es decir, por tener un par de almendras sangrantes ancladas a un útero, se piensan y, lo que es peor, se esperan de mí cosas tan estúpidas e injustas.

Se espera de mi que mi estómago sea menor que el de un hombre o que yo me haya encargado de cerrarlo. Se espera de mí que en los bares pida poco para demostrarlo. Se espera de mí que siempre deje un poco de comida en el plato, en plan digna, como para decir: «¿Ves? Si es que me lleno con poco…». Así me hayan puesto dos lechugas tristemente aliñadas, yo tengo que dejar una.

También se espera de mí que use tacones cuando me arregle y finja que son comodísimos, ¡como alpargatas! Y encima me autoengaño, me compro cuñas enormes y me repito a sí misma y cuanta mujer quiera oírme: «No me molestan nada». Además de gilipollas integral soy una mentirosa. Pagaría por poder andar descalza pero finjo que no tengo las plantas de los pies acolchadas de tanto que me duelen, los dedos espachurrados y rozaduras suficientes como para pagarle la carrera al hijo del farmacéutico si comprara tiritas para ponerme en cada una de ellas.

De entre las muchas cosas estúpidas que se esperan de mí, lo que más me fastidia es lo de fingir que no tengo la menstruación delante de mis amigos. Con las parejas, por razones evidentes, ese mandato no existe pero con tus amigos sí. Pongamos el caso de que he quedado para tomar algo con un amigo y da la casualidad que esa cita coincide con mi primer o segundo día de menstruación. En esos días, las tres preguntas existenciales de una mujer son: ¿Por qué nadie me hace una transfusión de sangre cuando evidentemente la necesito? ¿Cuánto es el chute máximo de analgésico permitido al día? Y, ¿dónde está mi dosis de chocolate? Ah, pero no… Si he quedado con un amigo a tomar algo o a lo que sea, aparezco con tu típica cara de estarlo pasando mal y me pregunta si me ocurre algo, yo, como mujer que cumple con las normas sociales, tengo que contestar: «Nada, solo que me duele la cabeza». ¡Y un cuerno! En vez de decir que lo me duele es el bajo vientre que pareciera que me lo están queriendo arrancar y para facilitar que me salga me están dando contracciones. Lo que me duele es lo hija de puta que es la naturaleza humana que me hace padecer a mí cada mes mientras que tú jamás conocerás este sufrimiento. Y lo que me duele es que tú me lo preguntes, ¡imbécil! Vaya, lo que suele pensar una mujer menstruando.

Si me pusiera a elaborar una lista con todas las cosas estúpidas que se espera de mí, y que yo cumplo a rajatabla, no terminaría nunca. No obstante, mi modélica conducta me ha salvado de algún desatino, visto lo visto. Por eso, el día que quisimos saltarnos a  la torera el mandato de estómago tamaño XS con un batido XXL por poco y no lo contamos.

En cuanto vimos llegar los batidos supimos que pagaríamos cara nuestra osadía. Los habían servido en una jarra enorme y se ve que al litro de batido le habían añadido otro litro de nata y varios barquillos que de gordos y grandes que eran parecían cucuruchos.

 El camarero trajo los batidos de uno en uno. Yo intuyo que por temor a hacerse un esguince en el codo si se atrevía a traer las tres jarras en una bandeja. Y conforme nos lo ponía en la mesa sonreía cínicamente dejando entrever media parte de una dentadura con más aluminio tapando agujeros que dientes.

Urss, que no es nada dada al exceso de azúcar en vena, puso cara de asco como si le acabaran de traer un litro de antibiótico de ese con sabor pastoso que se queda en la garganta. Irina, por su parte, agarró su batido con fingida indiferencia mientras expiaba de reojo las caras de asombro de un grupo de chicos que estaban anclados en la barra del bar y que, entre cuchicheos, empezaron a hacer sus apuestas sobre si seríamos o no capaces de terminarnos la burrada que habíamos pedido. Mientras tanto, yo no prestaba atención ni a los batidos ni a los ludópatas cachondos de la barra, yo solo pensaba en la semana de  insulsa lechuga que me esperaba como autocastigo por el atentado calórico que estaba a punto de cometer sobre mi cuerpo.

A poco más de la mitad del batido, Irina y yo recordamos, a la vez, que ambas somos migrañosas, lo que significaba  que acabábamos de meternos pura droga en forma de lactosa en el cuerpo. Una droga que nos taladraría media parte de la cabeza y se adueñaría de un ojo. Una droga que nos haría fotosensibles. Una droga que nos revolvería el estómago.

Nuestros ojos se inyectaron en leche de puro terror porque supimos que teníamos, como mucho, media hora de margen antes de que empezáramos a convertirnos en dos despojos humanos. A partir de ahí todos los recuerdos se vuelven confusos. «Tenemos que salir de aquí pitando leches», era lo único que atinaba a decir Irina que cuando se agobia se vuelve la mar de poeta. Yo intentaba despabilar a Urss pero las digestiones le dan mucho sueño y andaba ya en fase REM.

Era evidente que el tiempo estaba en nuestra contra así que Irina y yo hicimos una jugada maestra: cogimos un analgésico —siempre llevamos un cargamento en el bolso junto la barra de labios hidratante; prevenir es curar, que se dice—, nos lo metimos en la boca aprovechando un descuido de los de la barra y cuando estos volvieron a mirar nos hicimos las valientes y dimos un buen trago a nuestros batidos para hacer pasar la pastilla. Luego finiquitamos el asunto dando un golpe en la mesa con las enormes jarras. Urss, que se terminó  de despertar con  el ruido, nos sugirió que para darle énfasis a la cosa nos limpiáramos la boca con el puño pero ni Irina ni yo estábamos dispuestas a mancharnos las blusas con nuestra propia barra de labios para que luego la mancha no saliera ni con Kalia Oxi Action Gel. Vale que ese día se nos había ido de las manos lo de ser temerarias, pero una cosa es atentar contra la salud y otra cargarse un par de blusas nuevas.

Pese a la envalentonada escena, las tres estábamos con las fatigas propias de una preñada en los primeros meses, la visión borrosa de quien se ha pasado de copas y la agilidad física de una abuela después de una larga jornada en uno de los viajes del IMSERSO.

Cuando sacamos las fuerzas para pagar y salir de la cafetería escoltadas por la mirada jocosa de los de la barra, nos fuimos directamente a mi casa para descansar un poco y pasar juntas la convalecencia. Yo preparé para las tres una infusión de manzanilla y cola de caballo para que se nos asentara el estómago y el riñón filtrara el chute de toxinas que lo habría de andar obstruyendo. Luego, saqué del frigorífico mis dos antifaces para las migrañas, me puse uno y le di el otro a Irina. Eso, quitarnos las tiritas y ponernos descalzas nos alivió mucho.


Al final las tres caímos rendidas en mi sofá. Romper con los estereotipos es un trabajo tan duro…


¡No te pierdas la próxima entrega de las disparatadas venturas y desventuras de estas tres zorras amigas!

2 comentarios:

  1. Este capitulo no deja indiferente a quien lo lee !! jajajaj hay que reirse sea por una cosa o por otra ! ansiosa espero los proximos capitulos !

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  2. Da gusto escribir con una acogida tan buena como la tuya jejej ¡Muchas gracias, Urss! ¡Pronto más! =)

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